(Por Raúl H. VON DER THUSEN) En las últimas horas se discute un apoyo financiero importante para la Argentina. Muchos lo presentan como una oportunidad para calmar mercados y reforzar reservas. Pero antes de festejar conviene hacerse una pregunta simple: ¿a qué precio? La respuesta no puede ser la entrega o la merma de nuestra capacidad de decidir sobre lo que ocurre en nuestro propio suelo.
Nuestra historia muestra que ceder soberanía no es un asunto técnico: tiene consecuencias sociales, políticas y culturales que perduran. No estamos hablando solo de cómo se contabilizan los dólares en un balance. Hablamos de libertad para decidir con quién nos vinculamos, qué acuerdos estratégicos firmamos y de qué forma protegemos a nuestras fuerzas armadas y nuestro territorio.
No es la primera vez que se nos presenta este dilema. En los años noventa, la convertibilidad trajo una estabilidad inicial a cambio de un endeudamiento que terminó condicionando la política económica y provocó la crisis de 2001. Más atrás en el tiempo, durante la dictadura de 1976, la Argentina ingresó a un ciclo de deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que marcó décadas de dependencia. Y en la región, episodios como el “rescate” financiero a México en 1995 o las presiones del FMI sobre Brasil muestran cómo, bajo el pretexto de apoyo externo, muchas veces se imponen reformas y condicionamientos que dejan poco margen de decisión soberana. En Europa, el caso de Grecia es un antecedente de cómo un rescate financiero puede implicar un fuerte costo social y político.
Nuestra historia muestra que ceder soberanía no es un asunto técnico: tiene consecuencias sociales, políticas y culturales que perduran.
En cuanto a los recursos involucrados, lo que se ha confirmado públicamente es que Estados Unidos está negociando un swap de USD 20.000 millones con el Banco Central de Argentina como parte del paquete de apoyo. Además, el gobierno de EE. UU. ha manifestado que está dispuesto a comprar deuda argentina en dólares cuando las condiciones lo requieran, y a entregar crédito de respaldo a través del Exchange Stabilization Fund (Fondo de Estabilización Cambiaria) como línea contingente de auxilio. Estas medidas no han sido aún detalladas en forma de términos oficiales públicos, por lo que los plazos, tasas y triggers siguen siendo elementos en discusión.
Es cierto que en la geopolítica hay intercambios y compensaciones. También es real que, según varios analistas, detrás del paquete de apoyo pueden deslizarse expectativas de mayor alineamiento con los intereses de otras potencias o una reducción de vínculos con otras economías. Eso merece un debate público y una condición innegociable: no debemos admitir condiciones que impliquen bases extranjeras, subordinación de nuestras fuerzas armadas o renuncias formales a decisiones soberanas.
Desde Tierra del Fuego AeIAS —donde la defensa de la soberanía se siente con particular intensidad por nuestra cercanía al Atlántico Sur— sabemos bien que la soberanía no se recupera con un papel firmado: se garantiza día a día con políticas públicas coherentes e instituciones fuertes.
Podemos y debemos dialogar con todos los actores internacionales. Podemos recibir cooperación, créditos y asistencia técnica. Pero todo acuerdo tiene que ser transparente y claramente articulado en favor de la gente: que los recursos lleguen a la producción, al empleo, a las obras necesarias, no a alimentar operaciones financieras de corto plazo. Y desde Tierra del Fuego AeIAS —donde la defensa de la soberanía se siente con particular intensidad por nuestra cercanía al Atlántico Sur— sabemos bien que la soberanía no se recupera con un papel firmado: se garantiza día a día con políticas públicas coherentes e instituciones fuertes.
Al final del camino, lo que está en juego no es solo un acuerdo financiero: es la capacidad de un pueblo de no volver a tropezar con las mismas piedras. Por eso, debemos mantenernos en estado de alerta, atentos a cada cláusula, a cada condición y a cada movimiento que pueda poner en riesgo lo que tanto costó defender.
Como decía Arturo Jauretche, “los pueblos deprimidos no vencen”. Y si quieren salvarse, lo primero que deben recuperar es la autoestima. Esa autoestima nacional se traduce en soberanía. Y soberanía significa tener la madurez de aprender de los errores del pasado para no volver a hipotecar nuestro futuro.